Una historia sin sentido.

Como no se me ocurre nada interesante para escribir, pensé en escribir una nada... Mejor dicho, algo que no tenga ningún sentido específico. Entonces acá va lo que me salga... Igual es gratis.

Coso de las Pascualinas:

Ella se despertó con ganas de pegarme... Nunca entiendo cómo es la cosa, pero sus tostadas me saben a cianuro y sus malditas pascualinas... Les voy a contar de sus malditas pascualinas.
Desde que la conocí me hacía sentir raro. Fue en esa fiesta de 15 de una amiga en común. Ella estaba vestida con un sobretodo de terciopelo y su peinado era de 9 trenzas, lo que se estilaba en esa época.
No fue hasta que quedé en pedirle su dirección para mandarle cartas y así poder entablar una especie de relación. Entonces nos mandábamos cartas unas 3 veces por semana y terminamos haciéndonos amigos del cartero, Luis, quien siempre se encargaba de entregar las cartas nuestras como tarea primordial. Y así pasamos el primer mes de la relación.
Luego del primer mes, ella me invitó a almorzar a su casa, yo me sentía realizado. Me prometió hacer un platillo que nunca olvidaría: "Pascualina". Yo ya había comido pascualinas antes, pero nunca me imaginé que las suyas fueran a tener ese efecto sobre mi.
Llegué a su casa vestido como era de esperarse: Pantalón verde y saco fucsia, que eran los colores de moda y unas zapatillas con tacos y puntas para bailar tap... Yo la había invitado a bailar tap o swing, y nunca recordé si ella había aceptado...
Ella me presentó a su familia. Don Ricardo, su padre, un tipo elegante, bastante bien conservado para sus 53 años. Doña Gemma, su madre, era una mujer de delicada contextura y cara de torta. Ambos llevaban 30 años casados y tenían 3 hijas, ella era la mayor, a pesar de ser todavía una niña.

Entonces nos dispusimos en la mesa, ella se sentó frente a mi y en medio de sus hermanas. Don ricardo estaba en la cabecera de la derecha y Doña Gemma en el otro extremo. La mesa estaba repleta de comida que lucía bastante apetitosa, y entre todos los platillos y sus respectivas salsas, ahí estaba implacable la pascualina. Con voracidad todos devoraban el pato, el cerdo y las papas que los acompañaban como guarnición. La salsa de espárragos y roquefort tampoco pasó inadvertida, fue lentamente asediada por las fauces de toda la familia y por mi.
Es justo después de terminar estas salsas cuando entra en acción el efecto tan antes mencionado de la pascualina... Efecto tan temido y despreciado. Despreciado desde tiempos inmemoriables, cuando los dinosaurios todavía se sentían dueños de la tierra. Inclusive antes de éstos animales prehistóricos se discutía sobre el maldito efecto que hoy me aqueja. Y no sería nada dilusidar que es maligno, sino percatarse a tiempo y así combatirlo, para que nuestros días no se sientan como una insoportable cuenta regresiva.
Hoy es una suerte que tras 9 años de matrimonio, 2 hijos y 3 perros no haya muerto nadie. El mal que me afecta por más vueltas que le he dado a la cuestión... No es poco tratar de trabajar con semejante presión a cuestas... Encima los impuestos siguen subiendo y la malaria que inunda a la región no tardó en golpear a nuestra puerta. Todo se ha hecho un camino en subidad desde que probé su maldita pascualina. Todas las nefastas consecuencias que me ha traído semejante situación... Desde la burla por parte de mis compañeros de trabajo hasta el maltrato por parte de mis ahora suegros... Todo por esa detestable pascualina que me encantó, cuya consecuencia es un matrimonio feliz.

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