miércoles, mayo 24, 2006

Mañana

Se despierta. Se percibe dentro de si misma, para si misma. Amanece y todo cambia, porque las mañanas son fruta fresca lista para ser devorada. El trabajo, el ir y venir ajeno y propio.
Se despierta y es hermosa en ese desaliño irreverente que nos promueve el sueño.

Miles de veces se despierta y anda y vuelve y duerme. Todos los días te despertás para recibir al mundo y el mundo debe recibirnos. El mundo debe recibirte y es con una sonrisa que debe hacerlo.

Nunca es tarde para abrir la ventana y respirar algo de aire fresco que entra. Nunca es tarde para desayunar, aunque sea a las apuradas y contra el reloj. La imposibilidad de detener el tiempo es una de las cosas más frustrantes.

Una pausa, mirar alrededor, saborear el instante de tiempo muerto. El momento más perfecto del día, el momento más chiquito del día. El instante en el que descubrís que te morís cada segundo... Cada segundo, muerte a perpetuidad. La vida es un arpegio en una escala menor.

La vida duele y eso te encanta. La vida te despoja de vos misma. Vos sos la vida y sin embargo se ve tan lejos, tan desesperantemente lejos. Los segundos se te escurren de las manos... se te escapan por entre los dedos y se hunden. Pero tan cerca, tan ahí que estaba la vida.

Constantemente morís, duelo eterno que se interrumpe cada mañana con ese hermoso desaliño al que te somete el sueño. Recién despierta le ganás al tiempo y a la muerte. En la mañana volvés a ser esa fruta fresca lista para ser devorada. Y si te despertás a la hora de la siesta es tanto mejor.